jueves, 20 de mayo de 2010

- "El Síndrome Hildegart (I): Aspectos Generales"

(“El Sueño de la Razón engendra Monstruos...”)

La descripción de este síndrome patológico resulta tan compleja y florida que un análisis mínimo excedería las dimensiones que pretendo para este artículo. Es por ello que he decidido fraccionarlo en cada una de sus principales manifestaciones facilitando así la comprensión del lector que tenga a bien acercarse a estas páginas. He dispuesto en llamarlo el Síndrome Hildegart en atención a cierta biografía, no de todos conocida, que acaeció en España a primeros del siglo pasado y que tuvo su trágico epílogo coincidiendo junto con el propio de la II Republica. Se trata en el fondo casi de una caricatura dramática que integra muchos de los rasgos, todos ellos relacionados entre si, que ocasionalmente observo emerger en determinados sucesos protagonizados por los representantes de cierta Clase Política Española. No voy a extenderme en su relato, que el lector interesado tendrá ocasión de consultar a poco que sepa moverse en la "red" a partir de variadas entradas, entre ellas por ejemplo la de "Hildegart Rodriguez" o la de "La virgen roja". Baste referir que su protagonista fue una activa militante de izquierdas, adelantada a su tiempo, que "fabricó" (nunca mejor dicho) a su vástago a imagen y semejanza de la criatura socialista perfecta y que después la eliminó, impulsada, según dictamen psiquiátrico forense, por el recelo de que los frutos de su obra pudieran serle arrebatados por cierta facción de sus propios camaradas. He dispuesto, en principio, subdividir mi exposición en cuatro manifestaciones sintomáticas diferentes: “El Progresismo Compulsivo”, “Obsesiones Eugenésicas”, “El Delirio Paranoico” y “El Sacrificio del Hijo Emancipado”. Ello no quiere decir que, al igual que ocurre en las patologías de salud individuales, todos estos síntomas por separado deban ser necesariamente exclusivos de la que aquí tratamos. Así, por ejemplo, ocurre con la Obsesión Eugenésica que lo mismo que se da en nuestro síndrome aparece igualmente incardinada en otros trasfondos ideológicos totalmente diferentes como puede ser en la doctrina Nacional Socialista Alemana (las “Lebensborn”). Lo que da cuerpo a la unidad del síndrome es en este caso el singular tramado lógico con el que se apoyan, una a otras, cada manifestación por separado. Así, la obsesión eugenésica es uno de los resultados del progresismo compulsivo; y a su vez, los frutos que producen la primera se convierten en causa del temor conspirativo de la tercera provocando la huida hacia delante que se traduce en el sacrificio de dichos frutos. Debo advertir de la inutilidad en buscar el síndrome, tal y como lo concibo, bajo una concreción individual, integral y sintomáticamente intensa en la actualidad (si existen ejemplos puros, yo no los conozco). Pero creo que la caza del mas sutil de los indicios se encuentra justificado por la utilidad que de ello se deriva. Su utilidad reside en su capacidad, en unos casos, para interpretar la lógica perversa que subyace en muchas de las manifestaciones puntuales que ocasionalmente emergen desde determinadas posiciones políticas y en otros en su hipotético valor predictivo que permitiera identificar la tendencia a emprender peligrosas aventuras que nunca debieran de repetirse.

(Próximo articulo: “El Síndrome Hildegart (II): Progresismo Compulsivo”)

martes, 18 de mayo de 2010

- "Trastorno Postraumático"

(“No me gustaría que los falangistas ganaran de nuevo la batalla” - El ministro José Blanco en Varios medios)

No conozco ningún conflicto social grave, definido en términos de vencedores y vencidos (aunque en el fondo todos pierden), que no genere en estos últimos y en el mejor de los casos al menos, un sentimiento larvado de revancha; y en el peor, un grave trastorno emocional de difícil gestión psicológica. En un juego inocente se apela al sentido deportivo para digerir el resultado, pero una guerra no es un juego inocente. La muerte de seres queridos no es una anécdota. La represión, justa o injusta, de los vencedores no es una verbena. El trauma psicológico puede lastrar así a generaciones enteras que transmiten sus estereotipos emocionales perpetuando ese conflicto interior. Las guerras contra un enemigo exterior se subliman en el tiempo a través de sentimientos de identidad nacional, pero las guerras civiles producen una devastación anímica muy particular cuyo único refugio se sitúa en el contexto de ideologías políticas de confrontación permanente. Nacen así los "iconos ideológicos", palabras, formas y expresiones sociales "cargados" de connotaciones que constantemente apelan a sentimientos dramáticos y que el caldo de cultivo familiar o los ambientes
culturales de fuerte presión ideológica transmiten de generación en generación magnificando y distorsionando de un modo a veces aberrante la naturaleza original del conflicto. Para quién sufre un trastorno postraumático producido por un accidente de coche, dicho vehículo ya no es "percibido" por la víctima igual que lo perciben los demás. No importa el hecho de que quizás haya sido la propia impericia del conductor o las malas condiciones de la vía los causantes del suceso. La visión del objeto asociado con su trauma es "evocadora" de la tragedia. El coche ha dejado de ser un elemento neutro para convertirse, en potencia y acto, en un artefacto destructor cuya mera referencia hace revivir los fantasmas de su alma. El paciente postraumático se encuentra "incapacitado" para relacionarse en su vida cotidiana con todo aquello que se relaciona con la fuente de su trastorno, y si la necesidad le obligara a ello sus decisiones serán erráticas, desproporcionadas o incluso peligrosas. Por ello, cuando la fuente del trastorno se sitúa en un ámbito ideológico cuya feroz resolución se ha gestado en el contexto de un terrible conflicto bélico civil, los afectados deben de abstenerse de participar en las actividades políticas. La pregunta que debemos hacernos se refiere a las condiciones del diagnóstico, porque ¿Cómo detectar a los sujetos afectados de esta grave afección patológica? Dentro del cuadro sintomático, los elementos gráficos o simbólicos pueden ocultarse pero las expresiones verbales lo son más difícilmente. Cuando la palabra “falangista” se asocia con la palabra “guerra” estamos reproduciendo exactamente la misma conexión que entre “coche” y “muerte” y cuando es un gobernante quien relaciona ambos conceptos está manifestando un claro síntoma delirante que le incapacita para gobernar. Sus planteamientos van a carecer en rigor de la objetividad necesaria que precisa para analizar con serenidad los acontecimientos sociales y políticos de su país. Y lo más grave no es esto último, sino la potencial toxicidad ideológica y conceptual que, armado de los potentes instrumentos mediáticos actuales, estará sembrando sobre las nuevas generaciones y con ello la invitación a futuros conflictos. La pacífica convivencia que todos necesitamos no necesita de estos padres de la patria.

(Próximo articulo: "El Síndrome de Hildegart")

domingo, 16 de mayo de 2010

- "Introduccion General"

No creo en el relativismo absoluto. La asunción de unos valores mínimos de referencia son consustanciales con la existencia misma. La ciencia mas pura que existe, las matemáticas, abala este criterio: en una recta, por ejemplo, no pueden haber dos puntos diferentes que estén a la misma distancia de uno de sus extremos. En el resto de las dimensiones humanas ocurre igual. Y así, en el contexto de las normas que rigen las relaciones humanas nadie duda de la existencia de un derecho natural, como tampoco nadie duda de la existencia de un referente biológico cuando se habla de las condiciones que rigen el éxito evolutivo de las especies, o incluso, en ámbitos de mayor frivolidad, el de un canon estético que hace que reaccionemos emocionalmente de diverso modo ante la armonía o desarmonia de determinadas proporciones físicas (imaginemos la sensación ante un David de Miguel Angel cuyas piernas se redujesen a un tercio de su dimensión, o ante una Venús de Milo con una cabeza doblada en su tamaño). Por ello, desconfío a priori de aquellas doctrinas que tienden a relativizarlo todo. En la Política, como arte que es del buen gobierno de las gentes, ocurre igual que en las demás esferas de la vida. Puesto que estamos obligados a convivir en el mismo espacio y en un mismo tiempo nos enfrentamos a la necesidad de buscar referentes que nos ayuden a la mejor de las convivencias posibles. Una vez intuidos esos fundamentos de convivencia, en forma de valores sociales, morales o políticos, modulados en su mayor parte por la experiencia histórica, nos hallamos en condiciones de valorar también el comportamiento de los grupos o de los individuos que juegan en ese mismo entorno humano. Así, nos referimos con el término de “anomía” a los comportamientos que escapan a esa franja mas o menos generosa de “normalidad”. No empleo este ultimo término de un modo pretencioso. También en las ciencias, especialmente en las Ciencias Sociales, la normalidad se utiliza como expresión del área mas o menos precisa donde se encuentran los mayores puntajes del criterio a valorar tanto si son conductas como si son expectativas o tendencias. Se trata en definitiva de un referente o valor. He utilizado el término “tendencia” de un modo intencionado, puesto que el hombre “tiende” naturalmente hacia aquello que considera como un valor positivo (hago un inciso para señalar que resulta innegable que la convivencia pacífica debiera ser ciertamente un valor positivo bajo cualquier criterio que se considere). Es aquí, llegados a este punto, cuando es el momento de hablar del concepto de “lo patológico”. En las Ciencias Médicas, la cardiopatía, por ejemplo, define un comportamiento anómalo del corazón; la psicopatía, en las Ciencias del espíritu, hace lo propio respecto a la psique humana; y en las ciencias sociales, el término “sociopatía” define el comportamiento desviado de aquellos sujetos o grupos que se manifiestan por sus actitudes delictivas, parásitas o simplemente destructoras de los bienes sociales. Esto me lleva a manifestar mi particular extrañeza de que jamás se haya aplicado un análisis de comportamiento similar en la esfera de lo político. Porque no me cabe ninguna duda de que también en dicho ámbito existen grupos que manifiestan un comportamiento absolutamente patológico cuyos propósitos, por motivos que apuntaré en su momento, tienden ineludiblemente a la destrucción de la convivencia pacífica. Nos movemos en un entorno de poderosos resortes, hoy mas que nunca, debido a la existencia de instrumentos mediáticos devastadores ante los cuales la única defensa que tiene el pobre mortal pasa necesariamente por su desenmascaramiento. A través del análisis de determinados sucesos de la vida política de este país que van apareciendo regularmente en los medios de comunicación, espero poder contribuir a esa autodefensa social en mis próximos artículos.

(Próximo articulo: -"Trastorno Postraumático")

Suspiros de España