No creo en el relativismo absoluto. La asunción de unos valores mínimos de referencia son consustanciales con la existencia misma. La ciencia mas pura que existe, las matemáticas, abala este criterio: en una recta, por ejemplo, no pueden haber dos puntos diferentes que estén a la misma distancia de uno de sus extremos. En el resto de las dimensiones humanas ocurre igual. Y así, en el contexto de las normas que rigen las relaciones humanas nadie duda de la existencia de un derecho natural, como tampoco nadie duda de la existencia de un referente biológico cuando se habla de las condiciones que rigen el éxito evolutivo de las especies, o incluso, en ámbitos de mayor frivolidad, el de un canon estético que hace que reaccionemos emocionalmente de diverso modo ante la armonía o desarmonia de determinadas proporciones físicas (imaginemos la sensación ante un David de Miguel Angel cuyas piernas se redujesen a un tercio de su dimensión, o ante una Venús de Milo con una cabeza doblada en su tamaño). Por ello, desconfío a priori de aquellas doctrinas que tienden a relativizarlo todo. En la Política, como arte que es del buen gobierno de las gentes, ocurre igual que en las demás esferas de la vida. Puesto que estamos obligados a convivir en el mismo espacio y en un mismo tiempo nos enfrentamos a la necesidad de buscar referentes que nos ayuden a la mejor de las convivencias posibles. Una vez intuidos esos fundamentos de convivencia, en forma de valores sociales, morales o políticos, modulados en su mayor parte por la experiencia histórica, nos hallamos en condiciones de valorar también el comportamiento de los grupos o de los individuos que juegan en ese mismo entorno humano. Así, nos referimos con el término de “anomía” a los comportamientos que escapan a esa franja mas o menos generosa de “normalidad”. No empleo este ultimo término de un modo pretencioso. También en las ciencias, especialmente en las Ciencias Sociales, la normalidad se utiliza como expresión del área mas o menos precisa donde se encuentran los mayores puntajes del criterio a valorar tanto si son conductas como si son expectativas o tendencias. Se trata en definitiva de un referente o valor. He utilizado el término “tendencia” de un modo intencionado, puesto que el hombre “tiende” naturalmente hacia aquello que considera como un valor positivo (hago un inciso para señalar que resulta innegable que la convivencia pacífica debiera ser ciertamente un valor positivo bajo cualquier criterio que se considere). Es aquí, llegados a este punto, cuando es el momento de hablar del concepto de “lo patológico”. En las Ciencias Médicas, la cardiopatía, por ejemplo, define un comportamiento anómalo del corazón; la psicopatía, en las Ciencias del espíritu, hace lo propio respecto a la psique humana; y en las ciencias sociales, el término “sociopatía” define el comportamiento desviado de aquellos sujetos o grupos que se manifiestan por sus actitudes delictivas, parásitas o simplemente destructoras de los bienes sociales. Esto me lleva a manifestar mi particular extrañeza de que jamás se haya aplicado un análisis de comportamiento similar en la esfera de lo político. Porque no me cabe ninguna duda de que también en dicho ámbito existen grupos que manifiestan un comportamiento absolutamente patológico cuyos propósitos, por motivos que apuntaré en su momento, tienden ineludiblemente a la destrucción de la convivencia pacífica. Nos movemos en un entorno de poderosos resortes, hoy mas que nunca, debido a la existencia de instrumentos mediáticos devastadores ante los cuales la única defensa que tiene el pobre mortal pasa necesariamente por su desenmascaramiento. A través del análisis de determinados sucesos de la vida política de este país que van apareciendo regularmente en los medios de comunicación, espero poder contribuir a esa autodefensa social en mis próximos artículos.
(Próximo articulo: -"Trastorno Postraumático")
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