(“No me gustaría que los falangistas ganaran de nuevo la batalla” - El ministro José Blanco en Varios medios)
No conozco ningún conflicto social grave, definido en términos de vencedores y vencidos (aunque en el fondo todos pierden), que no genere en estos últimos y en el mejor de los casos al menos, un sentimiento larvado de revancha; y en el peor, un grave trastorno emocional de difícil gestión psicológica. En un juego inocente se apela al sentido deportivo para digerir el resultado, pero una guerra no es un juego inocente. La muerte de seres queridos no es una anécdota. La represión, justa o injusta, de los vencedores no es una verbena. El trauma psicológico puede lastrar así a generaciones enteras que transmiten sus estereotipos emocionales perpetuando ese conflicto interior. Las guerras contra un enemigo exterior se subliman en el tiempo a través de sentimientos de identidad nacional, pero las guerras civiles producen una devastación anímica muy particular cuyo único refugio se sitúa en el contexto de ideologías políticas de confrontación permanente. Nacen así los "iconos ideológicos", palabras, formas y expresiones sociales "cargados" de connotaciones que constantemente apelan a sentimientos dramáticos y que el caldo de cultivo familiar o los ambientes culturales de fuerte presión ideológica transmiten de generación en generación magnificando y distorsionando de un modo a veces aberrante la naturaleza original del conflicto. Para quién sufre un trastorno postraumático producido por un accidente de coche, dicho vehículo ya no es "percibido" por la víctima igual que lo perciben los demás. No importa el hecho de que quizás haya sido la propia impericia del conductor o las malas condiciones de la vía los causantes del suceso. La visión del objeto asociado con su trauma es "evocadora" de la tragedia. El coche ha dejado de ser un elemento neutro para convertirse, en potencia y acto, en un artefacto destructor cuya mera referencia hace revivir los fantasmas de su alma. El paciente postraumático se encuentra "incapacitado" para relacionarse en su vida cotidiana con todo aquello que se relaciona con la fuente de su trastorno, y si la necesidad le obligara a ello sus decisiones serán erráticas, desproporcionadas o incluso peligrosas. Por ello, cuando la fuente del trastorno se sitúa en un ámbito ideológico cuya feroz resolución se ha gestado en el contexto de un terrible conflicto bélico civil, los afectados deben de abstenerse de participar en las actividades políticas. La pregunta que debemos hacernos se refiere a las condiciones del diagnóstico, porque ¿Cómo detectar a los sujetos afectados de esta grave afección patológica? Dentro del cuadro sintomático, los elementos gráficos o simbólicos pueden ocultarse pero las expresiones verbales lo son más difícilmente. Cuando la palabra “falangista” se asocia con la palabra “guerra” estamos reproduciendo exactamente la misma conexión que entre “coche” y “muerte” y cuando es un gobernante quien relaciona ambos conceptos está manifestando un claro síntoma delirante que le incapacita para gobernar. Sus planteamientos van a carecer en rigor de la objetividad necesaria que precisa para analizar con serenidad los acontecimientos sociales y políticos de su país. Y lo más grave no es esto último, sino la potencial toxicidad ideológica y conceptual que, armado de los potentes instrumentos mediáticos actuales, estará sembrando sobre las nuevas generaciones y con ello la invitación a futuros conflictos. La pacífica convivencia que todos necesitamos no necesita de estos padres de la patria.
(Próximo articulo: "El Síndrome de Hildegart")
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